Maniatica como soy, tiendo a ponerme a la defensiva al primer roce con el resto del mundo en ambientes pequeños y hacinados, también conocidos como Subte, Colectivo y/o Tren en hora pico.
Estos lugares me ponen especialmente histérica porque, según la sesión de terapia de hace algunas semanas, alli encuentro la diferencia, cosa que al parecer no soporto/tolero (puede ser pero todavia no lo acepto). Pero dejando de lado las actitudes más o menos molestas (ej: roces libidinosos, olores corporales de todo tipo, empujones apurados de gente que no puede calcular el tiempo suficiente que le llevará salir del último asiento de la última fila, y entonces debe saltar/atravesar a catorce personas para llegar a la mal ubicada puerta del medio), lo que suele colmar mi bajo límite de tolerancia es la mala educación y el hacerse el boludo para sacar la "ventajita" tipicamente criolla: Hacerse el dormido y que otro le dé el asiento al viejo/a, embarazada o infante de turno. Hoy me pasó una vez más: Estoy comodamente sentada del lado de la ventanilla (ubicacion estratégica para no ser apoyada por los que van parados, pero en peligro de que se me duerma encima el compañero de banco), escuchando buena música, leyendo un buen libro, cuando Lo veo subir arrastrando toda su frágil y ya enclenque humanidad. Miro hacia un lado y al otro, hacia adelante y al costado (aclaremos que ocupo el asiento número 12 si contamos desde la máquina expendedora todas las oportuninades de que alguien también lo vea y se pare antes que yo) pero al parecer, dormirse espontaneamente o mirar cosas interesantisimas en las vidrieras de tribunales son cosas que no pueden evitarse o postergarse para mirar quién acaba de subir y lucha por mover la pierna izquierda para dar su tercer paso. Pienso "puedo no darle el asiento si no quiero, aparte hay otros 6 asientos de uso prioritario para gente mayor, pero nadie le da bola, a nadie le importa, y él no lo pide, yo si soy él empiezo a hacer una escena digna de Esperando la Carroza". Pero no hay ningún cambio. Me decido y alargando mi brazo y torso unos 80 centímetros, le toco el hombro y con un gesto le ofrezco mi asiento. De repente, por obra del espíritu santo, todos se deshacen en reverencias hacia la ancianidad, lo ayudan a asirse, le ofrecen el brazo pero nadie su propio asiento, sino que lo conducen en ejemplar procesión hasta el trono ofrecido por la boluda del colectivo. O sea yo. Una vez más.
Estos lugares me ponen especialmente histérica porque, según la sesión de terapia de hace algunas semanas, alli encuentro la diferencia, cosa que al parecer no soporto/tolero (puede ser pero todavia no lo acepto). Pero dejando de lado las actitudes más o menos molestas (ej: roces libidinosos, olores corporales de todo tipo, empujones apurados de gente que no puede calcular el tiempo suficiente que le llevará salir del último asiento de la última fila, y entonces debe saltar/atravesar a catorce personas para llegar a la mal ubicada puerta del medio), lo que suele colmar mi bajo límite de tolerancia es la mala educación y el hacerse el boludo para sacar la "ventajita" tipicamente criolla: Hacerse el dormido y que otro le dé el asiento al viejo/a, embarazada o infante de turno. Hoy me pasó una vez más: Estoy comodamente sentada del lado de la ventanilla (ubicacion estratégica para no ser apoyada por los que van parados, pero en peligro de que se me duerma encima el compañero de banco), escuchando buena música, leyendo un buen libro, cuando Lo veo subir arrastrando toda su frágil y ya enclenque humanidad. Miro hacia un lado y al otro, hacia adelante y al costado (aclaremos que ocupo el asiento número 12 si contamos desde la máquina expendedora todas las oportuninades de que alguien también lo vea y se pare antes que yo) pero al parecer, dormirse espontaneamente o mirar cosas interesantisimas en las vidrieras de tribunales son cosas que no pueden evitarse o postergarse para mirar quién acaba de subir y lucha por mover la pierna izquierda para dar su tercer paso. Pienso "puedo no darle el asiento si no quiero, aparte hay otros 6 asientos de uso prioritario para gente mayor, pero nadie le da bola, a nadie le importa, y él no lo pide, yo si soy él empiezo a hacer una escena digna de Esperando la Carroza". Pero no hay ningún cambio. Me decido y alargando mi brazo y torso unos 80 centímetros, le toco el hombro y con un gesto le ofrezco mi asiento. De repente, por obra del espíritu santo, todos se deshacen en reverencias hacia la ancianidad, lo ayudan a asirse, le ofrecen el brazo pero nadie su propio asiento, sino que lo conducen en ejemplar procesión hasta el trono ofrecido por la boluda del colectivo. O sea yo. Una vez más.